11 de octubre de 2007

En el campo del enemigo

Vivir para esperar que pasen los minutos,
sin deseo, sin motivación,
sintiendo que todo lo bueno
que en algún momento tuve entre mis manos
ha sido roto por mi estrella nefasta
y que no hay forma de arreglarlo.

La presión en mi pecho, que grita:
¡Alguien, por favor, una solución!
no disminuye con el tiempo,
crece y se alimenta de mi incertidumbre.

Las señales son
cada vez más difusas,
cada vez más claras,
cada vez más confusas.

¿Es mi imaginación
la que me cierra todas las salidas
o es cierto que cada una de ellas
está sellada por el inclemente candado
de seguir sufriendo y hacer sufrir?

Viene de muy adentro,
y me quema hasta en la superficie,
está tan abierta la herida
y nada la cierra,
nadie es experto en estas suturas.

Das y das, quitas y quitas,
recibes y ofreces,
prometes y faltas,
haces creer y lo crees,
para que después no sepas
si eres tú quien dañó o quien sufrió.

Más lentamente pasan las horas
cuando quisieras que se acabe la pena,
el dolor del futuro que niega
la posibilidad de sentir otra vez
lo que, con fuerza,
te hizo reir y saltar en el pasado.

Duele la desesperanza,
duele el tiempo,
duele la vida
que, por mi propia culpa,
se ha transformado en muerte.

Y el corazón, taquicárdico,
sigue gritando:
¡Alguien, se los ruego, rápido, una solución!

14 DICIEMBRE 1998

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