25 de agosto de 2009

Quiero

Que tus ojos se posen en mi parca sonrisa
y me limpien el dolor con su cristal.
Que tus manos rocen mis labios
en el silencio de un intrépido ritual.

Que tu recuerdo no se marche de mi mente
y el olor de tus incendios llene el llanto.
Que las piernas de tus cielos acojan mis desengaños
y en su regazo me cubran con tu paz hecha manto.

Que tus cantos sean pócimas de embrujo
y las ondas de tu voz sean mi naufragio
Que el viento de tus sílabas más tiernas
sea más sabio que el más útil de los adagios.

Que la sangre que resbala por mis venas
pulse al ritmo de tu nombre y de tu sueño.
Que el primero de los hombres que haya amado
se sonroje al verme que me has hecho tu dueño.

Que los pájaros del monte hagan su nido
en mi alma acongojada por perderte.
Que los músculos del espacio besen estrellas
y que los planetas se detengan al yo verte.

Que tu sudor y el mío creen nueva música
en instrumentos hechos de deseo y perdición.
Que tus piernas y las mías se entrelacen
en eterna sinfonía de impenitente pasión.

Que las rimas de estos versos sean perfectas
como lo es el recuerdo de nuestras madrugadas.
Que la pena de perderte no me mate.
Que mis nuevas vidas no nazcan asfixiadas.

23 de agosto de 2009

Te ganaste mi cielo porque me diste el tuyo.

En cada recuerdo de mi niñez, siempre estás tú, con tus sonrisas celestes, tus barbas que crecían y cortabas, tus esfuerzos porque cada día fuera mejor que el anterior, tu amor inquebrantable y desinteresado.

Aún cuando te pagaba mal, estabas a mi lado para recogerme si me caía. Y me enseñaste a dar más de lo que creía tener y a recibir lo que me merecía.

Largas horas de sobremesa hablando de tanto. Siempre decías que una de las cosas que más disfrutabas en la vida eran esas conversaciones conmigo al final de las comidas. Hablábamos y aprendía tanto de tu inteligencia y sabiduría y tú tenías la humildad de decir que aprendías de la mía.

Cuando yo decía, de niño, que algo no podía, me demostrabas que sí lo lograría. Nunca dejabas que dijera que no conseguiría terminar algo que empecé. Despejabas la mesa del comedor para los rompecabezas de miles de piezas, que no dejabas que sacaran hasta que pusiera la última pieza, y luego los enmarcabas y colgabas en la pared como un trofeo más valioso que tus logros militares.

Cuando nadie quería ni verme, cuando todos perdieron la fe en mí, ahí estuviste. No tenías dinero ni para comer y partiste tu alimento conmigo. Me diste un hogar cuando nadie quería recibirme y tus consejos cuando nadie creía que yo era rescatable.

Cuando me equivocaba eras estricto y duro, pero eso me hizo fuerte y seguro de mí mismo. Siempre querías desayunos, almuerzos y cenas con todos presentes, sentados a la mesa y compartiendo en familia. Si no los conseguías, tu frustración hacía temblar los mares y la casa se llenaba de huracanes.

Me enseñaste lo que sé. Me diste lo que tengo. Me hiciste lo que soy. ¿Qué más puedo decir del hombre que me cuidó más que nadie? Solo que hoy descanse en paz como se lo merece. Hoy su cariño proverbial, sus lágrimas de felicidad por cada pequeño logro mío, sus oídos que nunca prefirieron escuchar sus placeres antes que mis dolores y su voz que era el sándalo de mis infiernos, descansan en paz en los corazones de quienes lo amamos.

Me sentiría el mejor padre de la historia si algún día mi hija pudiera decir de mí la mitad de lo que yo puedo decir de ti. Y, como te lo puse en una torta que te regalé en uno de tus últimos cumpleaños, siempre lo diré, cada 16 de octubre de ahora en adelante: “Feliz cumpleaños, PAPÁ”.

Descansa en paz tío Oscar. Perdóname por no haber estado a tu lado al final, pero tú sabes que moría algo en mí cada vez que te veía así y sé que tú no querías verme llorar por ti.

16 de agosto de 2009

Venaeterna

Mi sangre ya no es mía…
Me la han donado los fantasmas
de a quienes la vida arranqué.

Mis suspiros no calientan
en mis entrañas de éter
de fragmentos
de súplicas
de llantos
de muerte
de inmortalidad.

Me impulso por la penumbra
olfateando las intenciones
de quienes viven de la apariencia
clavando en caída libre
mi esperanza en sus cuellos desconsolados.

Mi lóbrega presencia destruye
lo que da convicción a tus pasos.
Un éxtasis tras otro
orgasmos de pupilas
y de huellas dactilares.

Mis oídos yacen en el mantra:
“Más allá de lo pálido
todo es negro
y no hay vuelta atrás”.

Me miras…
Me pides que no lo haga…
Me ruegas que siga…
Tú jadeas, yo gruño.

Y ya eres presa de mi cárcel:
domada presa de mi cárcel eres.
De tus mansos sueños te sacudirás
solo para volverme el protagonista de tus pesadillas.

Después de mí no hay después.
Después de mí solo hay ausencia.
Después del terror de tenerme
solo existe el terror de no recuperarme.

Tus madrugadas serán peligrosas.
Las deidades del lamento
volverán
cuando menos las invoques.

Y tu tacto se trastornará
sin poder volver a sentir
JAMÁS
aquel impetuoso sendero
en el que mi gélida piel te inició.

La vida es sueño
cuando no tienes un dueño.
Y los sueños sueños son
cuando no alcanzas mi perdón.

Tus lágrimas se despeñan en silencio
cuando tus sonrisas se coagulan entre las luces.
Las compañías no llenan vacíos
cuando los recuerdos entierran tus monólogos.

No es lo mismo nada
cuando el cielo atranca sus verjas
y yo me como la llave
y corto mis venas sin morir
NUNCA.

La sangre que corre
por –las que alguna vez fueron- tus venas
ya no es tuya.
Y te nutrirás de ella eternamente…
hasta que mi daga de plata
sepulte en mi corazón
con la fuerza
de quien no quiere más de nada.

Yo vivo en tus sentidos
y no sucumbo jamás
porque yo vivo porque quiero
y muero cuando decido.

12 de agosto de 2009

JEEStigmas

Si has de tocarme mejor que sea una caricia
porque si me hieres mi sangre será lava perenne
que hundirá sus garras en tus más bellas claridades,
en el terror de recordarme.

Cada lágrima que engendren tus uñas en mi carne
tendrá como réplica años de puñales en tu alma.
Cada farsa que fabrique tu cínica mirada
tendrá como recompensa
una pesadilla por cada día de haberme conocido.

Mi tiniebla se posa en tu futuro,
mis arcángeles cercan tus universos
incubando inmortales pestes en tu esperanza,
implantando excremento en los ángulos
de tus mil y una forzadas sonrisas.

Apestas a mí por el resto de tus días
y por más que te laves
tu luz he desaparecido.

Cada sombra que veas tendrá mi perfil
y la pena que alguna vez me produjo tu pobreza
se torna carcajada en cada uno de tus derrumbes.

Cada promesa incumplida será una llaga en tu frente.
Cada falla apercibida será una piedra en tu zapato.
Cada talento enterrado será una grieta en tus fantasías.
Cada recuerdo taladrará estigmas en tus muñecas.

Tu dios será un títere muerto en mis manos.
Tus gritos serán la brea de tu hoguera.
Tus arrepentimientos girarán el potro de tu sacrificio.
Y mi risa
-santa y pecadora-
será el infecto escenario de tus llantos.

Me trago tu pena como si fuera un dulce infantil.
Me burlo de tus dolores como si fueran esqueletos de maniquíes.
Me ausento de tu presente con mi eterna omnipresencia.
Te demuelo cada vez que te miras
en el vasto vacío que de ti has hecho.

Y no me esfuerzo ni lo pienso.
Te sacude en automático
porque:
Soy tu Karma.
Soy la rueda que atoraste.
Soy el perfume de tu mierda.
Soy el aborto de tus utopías.

Mis ángeles son tus demonios
Ellos vuelan sobre tu
FÉTIDO
cadáver.

Por tocarme y haberme herido
hoy estallas
y es solo el inicio
de tu destrucción, de tus abismos.