11 de octubre de 2007

Las ninfas de Selene bailan

La Luna se aferraba al cielo, con su vaporosa melena serpenteando alrededor de las menudas estrellas que adornaban la azabache y honda noche. Mis ojos, marinos como el azul del mediodía, cenaban aquella visión con gula y ansia, con pretensión y envidia.
Los lácteos rayos del menguante espejo mitigaban mi terror al día siguiente, a la luz que mostraba mis máculas y locuras repartidas por todas mis acciones. El rocío sideral que rodeaba la nave blanca humedecía mis pensamientos y amamantaba mis sensaciones.

Alta, fuerte, pacífica, aterradora y misteriosa. Elegante y jactanciosa. "Luna, lunera, cascabelera", ¡que disparate de canción! Me reí bonitamente y pedí merced a Selene por tararear tan vacío sonsonete que nunca podría reflejar las cuatro fases por las que hace pasar a mi corazón con solo avistarla.

Cual espléndido querubín, había desplegado sus alas incorpóreas y llevaba milenios trajinándolas. Sin tedio, sin agotamiento. Todo lo presenció, todo lo olvidó. Testigo con coartadas de doce horas cada doce horas. Un perfil siempre visible, el otro enmascarado, oculto, avergonzado, siempre evitando, siempre urdiendo. ¿No sería ella la Caja de Pandora?

En la longeva casona del cerro, las seis bailoteaban, esquizofrénicas y desvergonzadas, en torno a la mesa. Tres velas blancas y tres velas negras en cada ventana iluminaban su danza. La melodía sintonizaba, pulcra y sensual, con la fricción de su piel maliciosa y el voluptuoso aire con olor a cera, incienso y sudor alcohólico.

Quince kilómetros, pero las veía como si aquí estuviesen, en la ventana por la que divisaba a la Luna persiguiendo al auto de papá.

Sentía sus perfumes florales, sus sacudidas y sus conjuros en medio de risotadas quinceañeras. Se mojaban con la lluvia y sus inexploradas formas se volvían caprichosamente epicúreas.

Risueñas y cándidas, eran lunas con sus camisones de marca que nunca más podrían volver a usar. Lujuriosas y misteriosas, sabían que se desnudaban en la mente de quienes las anhelaban. Pero esta noche no bailaban para ellos, sino para mí. Lo sabían y así lo querían, porque yo era como ellas.

Se durmieron cuando la Luna se avergonzó de que el Sol la viera quebrantable, fragmentada por nubes y cerros. Ellas, doncellas de Selene, remedaron la timidez de su señora y fueron a entretener la penumbra de sus sueños baladíes. Ansiosas y reprimidas, se ocultaron tras sus párpados jadeantes, para despertarse nuevamente muy tarde, cuando el calor del ambiente se fatigó al sentir la calmante respiración de Selene y su conejito gris. Pero, esta vez buscaron a una nueva víctima de sus maleficios.

SIN FECHA (CIRCA DICIEMBRE 1998)

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