11 de octubre de 2007

A mi puerta, tocad

La noche alumbraba con su terror
La mano pálida del ángel,
Quien se asomó a mi puerta
Y olió a través de ella mi sangre.

Un pecado tras otro sorbió,
Se quebraron sus fosas nasales
Con el hedor de mi negación
Y sangró ríos de historia podrida.

Sentí el golpe (¡ay!, golpe aquél)
Sólo cosquillas me produjo,
Sus alas cubrieron su rostro
Y, por fin, vio su mentira.

Huyó, desnudo se vio, se escondió tras la piedra
Y preguntó al blanco ahí sentado:
“¿No era tu fuerza suficiente
para detener la iniquidad?”.

El blanco, sobre la piedra antigua,
Sólo miró de reojo y le susurró, sin notarlo su séquito:
“No confundas, Gabriel,
la necesidad con la intención”.

Su espada, con sigilo, desenvainó,
Alzándola se puso de pie,
Pero mi olor vivió en su recuerdo
Y cayó sangrando otra vez.

“Ya recordé”, sollozando gritó,
“Ese olor lo inventé yo”, murmuró ahogándose,
“Aquella vez te gané, pero te disfrazaste,
y terminaste ganando tú”.

El blanco se paró sobre la piedra
Y de ella brotó mi sangre:
“Aquí estuvo guardada, ahora burbujea,
siempre bañándonos, ahora la ves”.

Gabriel quiso volar a su seguridad,
Pero sus alas eran cicatrices envejecidas
Y envuelto quedó, ahora rojo,
Aleteando sin poderse zafar.

“Todo lo que sube, ahora caerá”,
predijo el blanco golpeando
la roca, que en dos se partió,
con su báculo vuelto cobra.

“Mis anteriores y yo hemos cuidado,
con celo y engaño engañado,
un cielo que nunca ha existido
para que caiga y se nos dé el reinado”.

Desde mi ventana llega la luz
Que mueve los labios del blanco,
Desde mi puerta llega el dolor
Que es la venganza de mi padre, por fin.

El ángel, con garganta atorada
De sangre, de mi venganza sin tregua,
Todavía cree que puede vencer
Y alza una mano a su rey.

“Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”.
Sus ojos, con horror, se abren,
Esperando la respuesta milagrosa,
Pero sólo escucha mi voz:

“Ahora sabes, vanidoso sirviente,
lo que cada humano siente
cuando tu rey lo abandona
a su suerte y no lo perdona”.

Alcanzó a oír, lo sé.
Y, esas últimas señas de vida
Cerraron el capítulo final
De una batalla que empezó vencida.

El blanco bajó de la piedra quebrada
Y yo subí al trono descubierto
Desde donde pongo en su mitra mi pie
Y él me adora como yo lo deseo.

“¿Y tu dios?, ¿dónde anda hoy?”,
pregunto sin labios, sólo con miradas.
“Fuiste tú desde el principio,
el hijo más fuerte, mi Dios”.

“Tú reinaste en cada reino
y tú has sometido a la piedra”,
dijo moviendo dos mil filas de dientes.
“Tú, Poder, tú eres mi Dios”.

“¿Y Yahveh? ¿Y el Cristo?”, azoté su memoria.
“Excusas, personajes de la obra”,
rió a carcajadas.
“Ellos eran tu disfraz”, terminó y se inclinó.

Sonreí. Llegó el día.
“Anda y predica sobre mí”, le ordené.
“No es necesario”, respondió cabizbajo,
“tú ya eres el rey, sólo falta ver tu rostro”.

Mi padre fue el más bello, un ángel de luz,
pero cuando yo nací de él, lo envidiaron,
él sabía lo que yo lograría,
pero Gabriel y su dios me querían para ellos.

Por eso Gabriel quiso secuestrarme,
Así me lo contó mi padre.
Yo sé que así fue y hoy lo vengo:
“Ya reino yo, sin disfraces, con mi figura”.

Hunde tus uñas, el tiempo ha llegado,
La luna eclipsa al sol,
El ángel ha desplegado sus alas,
Llegó el tiempo de la amargura.

El libro se ha volteado,
Sus páginas –sangrando historia-
son mi alfombra roja.
Mis invitados las pisarán
A pesar de antes haberse vestido de ellas.

¡Suenen las campanas, las mil!
¡Quiebren con su rugir el azulejo celestial!
¡Llegó el momento de vivir!
¡Ahora yo muestro mi rostro!

Así debía de ser.
No más “amén”, sinónimo de hipocresía.
Desde hoy se dirá “odién”,
Sinónimo de así debía de ser.

29 DICIEMBRE 2001

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