11 de octubre de 2007

Un vampiro como los demás

“Los vampiros no reflejan”, le habían dicho desde niño. Crecía y, a medida que el tiempo lo atropellaba, buscaba escaparse de los espejos para que nadie se diera cuenta. Para que el día no lo agote, tenía que esconderse de la luz, y para ello el lugar donde vivía era de lo mejor. Tomaba unas vitaminas que encontró en un web dedicado a vampiros, uno de esos webs que prometían tranquilidad de día y de noche para aquellos como él, pero le parecía que lo habían engañado, porque igual sentía sueño durante el día y estaba completamente alerta durante la noche.

Comía ajos sin problemas, otro de los mitos que no se cumplían en él ni en otros vampiros con los que solía comunicarse por internet. Una vampiresa –que prefería que la llamaran vampira, porque lo otro le sonaba a ninfómana- le había contado que había intentado incluso hundirse una punta de plata en el brazo para ver si de verdad le quemaba, pero que no había pasado de un rasguño igual al que se hizo su hermano que no era vampiro. Cada vez que veía alguna de esas películas de John Carpenter sobre vampiros, casi se clavaba los colmillos en la lengua de tanto reírse. “Típico de los que creen que saben mucho, pero no saben nada”, se decía mientras comía su pop-corn y tomaba su gaseosa diet sin cafeína [suficiente falta de sueño tenía en la noche como para provocarse más con químicos].

Era alérgico al chocolate y sufría de asma, pero el ser vegetariano lo había ayudado mucho. Hace años que ya no lo llamaba la carne y jamás había tomado sangre fresca de algún desprevenido transeúnte nocturno o de alguna niña gótica seudo londinense del centro de Lima. La película “Entrevista con el Vampiro” le había parecido más cercana a la historia de un mariconcito europeo que conoció tres días después de darse cuenta de que era vampiro, a los 17 años, que a la suya. La ropa no le gustaba y eso de volar por los cielos con los ojos rojos se parecía más a un vuelo con porros que a una travesía nocturna en micro por las calles de Miraflores, acostumbrado que estaba a ellas...

Lo único que le pasaba es que no reflejaba y eso de verdad que le causaba problemas, por eso es que no tenía espejos ni en su cuarto ni en su baño y se había acostumbrado a peinarse y afeitarse al tacto nomás, casi como los choferes de las combis.

Sus doctores le habían dicho que era normal, que su sangre era A+ y que, si bien casi nunca fue afectado por una enfermedad seria, tendría problemas con su salud con enfermedades ocasionadas por la tensión más que por otra cosa. “El estrés te matará si sigues así”, le habían dicho más de una vez. Claro que no sabían que no lo mataría por ser vampiro, pero no era culpa de ellos [lo raro sería que lo supieran...].

Llegó la madrugada y, como siempre, se alistó para su jornada acostumbrada, tomó su rosario, besó su estola morada, cogió la Biblia y salió rumbo al confesionario. Ya había una cola de feligreses listos para recibir la absolución y sus tan esperados consejos que les llenaban el espíritu de esperanza en la vida eterna.

22 OCTUBRE 2002

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